En Argentina existen 4.416 barrios populares, donde viven aproximadamente 4 millones de personas.
La pandemia por Covid-19, que comenzó en 2020, puso al descubierto situaciones que ya existían y complejizó la vida de miles de personas que habitan en viviendas precarias, muchas de ellas en hacinamiento, sin recursos básicos para el cuidado y la higiene, tal como se requería ante una situación extrema como una la pandemia.
La cifra que determina la cantidad de barrios populares en todo el país se obtuvo a partir del Relevamiento Nacional de Barrios Populares (Re.Na.Ba.P), impulsado y realizado por organizaciones sociales de Argentina desde agosto del 2016 hasta 2019.
Barrios populares en Argentina
Cabe aclarar que se entiende por barrios populares a:
“Aquellos barrios comúnmente denominados villas, asentamientos y urbanizaciones informales que se constituyeron mediante distintas estrategias de ocupación del suelo, que presentan diferentes grados de precariedad y hacinamiento, un déficit en el acceso formal a los servicios básicos y una situación dominial irregular en la tenencia del suelo, con un mínimo de ocho familias agrupadas o contiguas, en donde más de la mitad de sus habitantes no cuenta con título de propiedad del suelo, ni acceso regular a al menos dos de los servicios básicos (red de agua corriente, red de energía eléctrica con medidor domiciliario y/o red cloacal)”.
Según un informe realizado en el 2020, del total de estos barrios, el 88,7% no cuenta con acceso formal al agua corriente, el 97,85% no tiene acceso formal a la red cloacal, el 63,8% no cuenta con acceso formal a la red eléctrica y el 98,9% no accede a la red formal de gas natural.
Frente a este escenario, la pandemia del Covid-19 llegó para agudizar estas situaciones y potenció las desigualdades.
Barrio Moderno, uno de los barrios populares de Rosario
En Rosario, en el sur de la provincia de Santa Fe, Argentina, existen 112 barrios populares.
Uno de ellos es Barrio Moderno, ubicado en la zona sudoeste de la ciudad. Dentro de este gran barrio existen cuatro extensos asentamientos informales, en uno de ellos pasa el Ferrocarril Belgrano.
En un terreno ubicado a los costados de las vías está la “Casa de la Mujer y la Diversidad”, un espacio inaugurado en plena pandemia por trabajadores de la economía popular para acompañar a mujeres en situación de violencia de género.
Graciela Zenas, conocida como “Greis”, es una de las vecinas del barrio, madre de cinco hijos e impulsora del proyecto de la “Casa de la Mujer y la Diversidad”.
Ella vive frente a “la casita”, como le llaman al sitio, pero previamente a la construcción de la misma, en su vivienda comenzó a funcionar un comedor hace más de siete años, que luego fue trasladado al nuevo espacio, y allí reciben alimentación 400 familias del barrio y alrededores, desde el inicio de la pandemia.
Graciela cuenta que desde este espacio inaugurado en marzo de 2021, “asesoramos y acompañamos a mujeres víctimas de violencia de género, tenemos asesoría jurídica, trabajamos con la organización ‘Vientos de libertad’ del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE), ayudando y acompañando en los procesos de consumo problemático y también tenemos el espacio socio-comunitario, como se le llama al sector que sostiene merenderos y comedores y que lleva más de cuatro años”.
Vea el reportaje sobre la Casa de la Mujer:
Un comedor, como un oasis, en medio de la pandemia
Graciela habla con voz suave, como si nada la alterara, ni los chicos que corren alrededor, ni el ruido de las máquinas que trabajan para mejorar las calles precarias que se inundan siempre, ni la música fuerte que sale de las casas hechas de chapas y ladrillos.
Graciela habla tranquila y firme, sabiendo lo que dice y que su palabra tiene peso.
Recuerda los orígenes del comedor, que en la pandemia se convirtió en un espacio fundamental:
“Yo desde el 2015, apenas asumió el presidente Macri, tenía el comedor en mi casa. Dábamos todos los sábados la comida para la gente del barrio, era autogestivo. Mi marido los sábados traía dinero de su “changuita”, él cuidaba autos, y muchas veces para cocinar los mismos vecinos ponían mercadería y así cocinamos para todo el barrio”.
Graciela inició el comedor que llevaba por nombre «Nuevos Comienzos», prestaba su servicio los días sábados y era realizado con recursos propios.
«Ahora tenemos la posibilidad de conseguir mercaderías y pudimos no solamente dar los sábados el alimento, sino tres días a la semana, porque en la pandemia quedó reflejado que la necesidad del barrio fue muy grande”, comenta.
El Movimiento de Trabajadores Excluidos en los barrios populares
En el 2016, el marido de Graciela quedó sin trabajo y ella comenzó a vincularse con el Movimiento de Trabajadores Excluidos, trabajando en una cooperativa de barrido.
El MTE es una organización social que agrupa a miles de personas que no pertenecen al mercado de trabajo formal.
A partir de la crisis de Argentina en el 2001, muchos trabajadores desocupados comenzaron a organizarse en cooperativas para poder percibir un ingreso que les permitiera subsistir.
La experiencia del MTE es una de las más exitosas en este sentido, porque en 20 años se fueron creando distintas cooperativas y unidades productivas en todo el país.
Esta organización se divide en ocho ramas que son el eje de las distintas actividades:
- Rama cartonera
- Textil
- Rural
- Construcción
- Espacios públicos
- Liberados, liberadas y familiares
- Sociocomunitario
- Vientos de Libertad
Además, existen áreas transversales como son el de Mujeres y Diversidades, Salud y Formación.
Como cuentan en su sitio web junto a otras organizaciones, se creó primero la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP) y luego se avanzó hacia la formalización del primer sindicato de trabajadores de la economía popular, la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP).
La lucha
Graciela remarca sobre el merendero que se potenció durante la pandemia y que posibilitó darle de comer a 400 familias:
“En pandemia no solamente venían a comer personas del barrio, porque organizamos esto con el Club y otras organizaciones para dar una comida toda la semana y venían a buscar la comida. Mi papá es el cocinero, se llama Sinforiano Zenas, pero le decimos Chiru o Antonio Ríos porque es muy parecido a un cantante de cumbia que lleva ese nombre”.
Contra la violencia de género
Las referentes sociales barriales, junto a las organizaciones, tienen un rol muy importante en la prevención de la violencia de género, ya que por su contacto con los vecinos y vecinas les llega información clara sobre situaciones que ocurren en los hogares cercanos y se crean, muchas veces, vínculos estrechos de confianza con las mujeres en situación de violencia.
Graciela es una de las referentes más visibles de su barrio, como muchas personas, sobre todo mujeres.
Ella habla en lenguaje inclusivo incluyendo las diversidades sexuales, para nombrar a sus hijos e hijas, a veces, dice “hijes”.
“Por mi casa pasaron muchas mujeres que han sufrido violencia de género, venían y se instalaban con sus hijes, hemos tenido que poner colchones en la cocina, por eso queríamos conseguir este espacio de la Casa de la Mujer y la Diversidad y por suerte, gracias al esfuerzo de muchos compañeros que nos ayudaron, pudimos comprar este terreno”, cuenta.
Un refugio en medio de la tempestad
En ese terreno, durante toda la pandemia funcionó la Casa de la Mujer y la Diversidad, y fue un sitio que contuvo a mujeres que sufrían violencia en el interior de sus viviendas e incluso en muchos casos quedaron “encerradas” en el aislamiento social obligatorio, junto a sus agresores.
Florencia Catelani, es psicóloga y actualmente una de las coordinadoras de la casita, ella cuenta que es “un proyecto que iniciamos a principios de 2020 y que tenía como antecedente instancias de formación que habíamos hecho con las compañeras y promotoras del MTE a demanda de lo que Graciela veía en su barrio y la necesidad de poder abordar la problemática de la violencia de género y sobre todo tener propuestas también de promoción y organización de las mujeres”.
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Y asimismo agregó: “La Casa de la Mujer y la diversidad, es un espacio tanto para el acompañamiento de mujeres y diversidades en violencia, pero también ante otras problemáticas sean de salud o distintas problemáticas vinculadas a la violencia, así como también un lugar para generar espacios de promoción de capacitación para las mujeres de la organización”.
Un lugar esencial durante la pandemia
“La pandemia fue un gran desafío sobre todo porque los barrios populares son los sectores que se vieron más afectados, éramos de de los pocos espacios que estábamos funcionando ante las distintas demandas que surgían y además porque en pandemia las mujeres que estaban atravesando una situación de violencia tenían la problemática de cómo poder acceder a las políticas públicas o a las medidas de protección, cuando lo que lo que se ordenaba desde el Estado era quedarse en la casa y la casa aparecía como un lugar peligroso. Entonces, fue todo un gran desafío poder acompañar y generar una herramienta que pueda llegar a estas mujeres”, recuerda Catelani.
En cuanto a situaciones de violencia durante el aislamiento, la psicóloga cuenta que Graciela fue un punto de referencia para quienes la conocían dentro del Barrio Moderno.
Gracias al Movimiento de Trabajadores Excluidos, muchas personas la conocían y así mismo a la Casita, llegando a ella para buscar ayuda por situaciones de violencia.
Graciela se encontraba con ellas para escucharlas y así armar una estrategia posible.
«La casita es un dispositivo comunitario que permite el acceso a los derechos y a las políticas que tiene el Estado para abordar estas situaciones”, afirma Catelani.
Si bien la casita aún es una construcción precaria, se está terminando de construir.
“La idea es que sea un puente para que se puedan acceder a derechos, que no siempre tienen que ver directamente con violencia, por ejemplo a veces tienen que ver con poder realizar trámites de Documento Nacional de Identidad o poder llevar propuestas del Estado al barrio o hacer operativos territoriales para los certificados de vivienda”, dice Catelani
La profesional también afirma que el objetivo de la Casa de la Mujer es acercar los derechos a la comunidad articulándola con el Estado, haciendo posible el acceso a las políticas públicas a quienes más lo necesitan, sobre todo el los barrios populares.
El trabajo en pandemia
Florencia Catelani recuerda que “durante la pandemia hubo momentos de mayor encierro y menos presencialidad, momentos en los que se volvió a reactivar y generar espacios de talleres y espacios de encuentro y de capacitación y después se volvió al aislamiento, entonces tuvo una gran dificultad porque era imposible la planificación”.
Mientras tanto, Jorgelina Bordone, psicóloga que también trabaja en este espacio, contó que durante la pandemia hubo mucha incertidumbre, pues las instituciones del Estado que funcionaban diariamente cerraron sus puertas o cambiaron sus protocolos de acceso.
En los barrios populares, la gente quedó sin ningún tipo de dispositivo que los acompañara, pues las comunidades no tenían una garantía alimentaria o de acceso a internet para poder continuar con las jornadas escolares de manera virtual.
Y agregó: “acá nos organizamos igual para seguir sosteniendo los acompañamientos, veníamos con barbijos, se hacía todo al aire libre y hasta se consiguió el permiso por ser personal esencial para circular y poder acudir, por ser parte de una organización en la que había un comedor”.
La pandemia y la escolarización
Graciela cuenta que durante la pandemia el modelo de escolarización significó una sobrecarga a las mujeres con sus hijos e hijas, pues para la virtualización ellas requerían estar alfabetizadas y muchas de ellas no lo estaban.
“Muchas madres mandan a los chicos a estudiar para que no lleguen a un grado de analfabetismo como ellas, porque hay madres que no saben leer y escribir, en los barrios populares en general mandan a los hijos a la escuela para que tengan una mejor educación y durante la pandemia les enviaban trabajos prácticos o les pedían que se conecten en clases virtuales, y era muy difícil porque en un barrio popular hay mujeres que, a veces, no acceden ni a un teléfono”, comenta Graciela.
El barrio cuando alguien enfermaba
Durante el aislamiento en el Barrio Moderno los vecinos se organizaron cuando empezaron a enterarse de los contagios dentro de la comunidad.
«Algunos aportamos mercadería, otros ponían lavandina o alcohol para que se les pueda llevar elementos de higiene y comida a las personas que estaban en el momento del aislamiento”, comenta Graciela.
Sin embargo, más allá de la organización que llevaban adelante desde diferentes espacios del barrio, Graciela también cuenta que hubo mucha incertidumbre y hasta situaciones violentas ante la desinformación que había sobre la complejidad de la enfermedad.
Muchas personas de la comunidad sintieron temor al enterarse que estaban contagiadas, pues las demás personas del barrio podrían arremeter de alguna forma contra ellos.
Graciela al enterarse de que estaba contagiada se aisló en su casa, sin embargó «agarraron a piedrazos su casa».
«Estábamos encerrados y yo estaba aislada porque era la única que tenía síntomas y como mis hijos estaban afuera fueron los que sufrieron los piedrazos y les gritaban cosas feas. Fue muy duro al principio porque no se sabía lo que implicaba tener covid y se generaba mucha paranoia sobre quién estaba enfermo y eso a veces generaba conflictos”, recuerda Graciela.
Secuelas
Según un estudio del CIPPEC, “El BID estimó que 1,2 millones de niños, niñas y jóvenes podrían abandonar sus estudios como consecuencia directa de la pandemia durante el 2020 en América Latina y el Caribe. El 90% serían adolescentes que asisten al nivel secundario. Este escenario implica un retroceso de casi una década de inclusión educativa”.
La psicóloga Florencia Catelani recuerda la pandemia como un momento muy complejo, que trae sus consecuencias aún dos años después.
“Fue un momento muy difícil porque todo estaba reducido a la pandemia, al covid, donde no había muchas instituciones a las cuales recurrir o las instituciones estaban totalmente sobrepasadas por esta cuestión, entonces creo que dejó secuelas muy graves, que todavía se están intentando sanar en el tejido comunitario, como por ejemplo, muchos chicos y chicas que dejaron las escuelas y no volvieron o cuando intentaron volver no había cupos y todo implica una mayor sobrecarga sobre las mujeres jefas de hogar”.
Sobrecarga durante la pandemia
Graciela sufrió este tema en primera persona:
“Lo que pasó en la escuela es que el primer año de pandemia los hicieron pasar automáticamente de año y en los chicos también generó frustración porque no entendían muchas cosas al siguiente año porque no tenían conocimiento alguno de ese grado».
Así mismo, Graciela cuenta que hubo una sobrecarga para las mujeres dentro de sus hogares, pues a parte de trabajar debían atender su hogar y apoyar a sus hijos con el estudio.
«Yo no sé si me enfermaba de Covid o de estrés, porque estábamos con el trabajo y tenía que atender en mi casa a mis hijes”, dice entre risas Graciela.
La falta de agua y el Covid
En las casas de Barrio Moderno no hay agua potable apta para consumo humano; por eso, existe una conexión en la Casa de la Mujer y la Diversidad que brinda este insumo básico a las familias del lugar.
“Hay una canilla de agua potable que está acá en este predio, las casas la mayoría no tienen agua y si tienen agua, no tiene presión y sale poco. La mayoría usa la canilla comunitaria del predio de la casita, ya que hay solo dos canillas con agua potable en todo el barrio y una es esta”, recuerda Graciela.
De igual manera añadió: “en pandemia lo principal era tener agua, higiene y acá en los barrios populares se complica eso, era una saturación, llegó a pasar que los vecinos se peleaban porque no les salía agua y tuvimos que explicarles que el río Paraná estaba bajo en plena pandemia y que eso hacía que no hubiera buena presión en el agua y que no era culpa del vecino o de la vecina que se había llevado agua de más”.
Escuche el podcast sobre el acceso al agua potable durante la pandemia en el Barrio:
La vacunación y La Casa de la Mujer como acompañamiento
Florencia Catelani cuenta que “al principio había que acompañar a las personas para que puedan vacunarse en lugares más alejados del barrio y después hubo un momento en que hubo vacunas en el centro de salud del barrio (lea la nota de la primera entrega sobre el sistema de salud en el primer nivel) y eso facilitó las tareas”.
Catelani cuenta que se organizaban grupos para asistir al centro de salud y vacunarse. A pesar de la resistencia por la desinformación, fake news y conjeturas que se hacía sobre la vacuna, la mayoría de las personas se vacunaron.
Lo positivo tras la pandemia
Tras dos años de aprendizaje, Florencia Catelani rescata que:
“Logramos armar un espacio, que lo pudimos sostener, pudimos construir un grupo y además fortalecer articulaciones, contactos y redes en el mismo barrio con las instituciones y con el Estado, en el medio de esa emergencia que fue el covid. Buscar soluciones a las situaciones que se presentaban permitió ir construyendo esa red y esa experiencia, pero también la sensación es eso, que todavía hay mucho por repararse”.