Derechos Negados Latinoamérica
En el norte de la Región de Valparaíso, donde alguna vez el agua corrió por canales entre cerros y quebradas alimentando plantaciones de paltas, aguacates y pequeños cultivos familiares, hoy solo queda el polvo. Las grietas en la tierra son profundas, y en las voces de quienes habitan Petorca hay una sed que va más allá de lo físico. Es la sed de justicia, de reconocimiento, de sobrevivencia.
Desde 1981, en plena dictadura, Chile implementó un modelo que transformó el agua en propiedad. El nuevo Código de Aguas permitió entregar derechos de uso a privados, separando la tierra del agua y habilitando su compra y venta como si fuera cualquier mercancía. Ese modelo, que prometía eficiencia y desarrollo, terminó por abrir una grieta aún más profunda: la de la desigualdad.
Petorca se convirtió en el símbolo más crudo de ese fracaso. Mientras grandes empresas agrícolas, muchas de ellas exportadoras de palta a Europa y Norteamérica, conservan derechos de agua que les permiten mantener sus cultivos verdes todo el año, las comunidades rurales dependen de camiones cisterna del Estado para llenar sus tinajas una vez por semana.
“Nosotros vemos cómo se riegan los cerros, mientras en nuestras casas no hay con qué lavar la ropa o cocinar”, dice Clara, habitante de la localidad de Chincolco. Su voz es baja, pero la rabia en sus ojos habla más fuerte.
Una crisis extendida
La desertificación avanza sin piedad. Según datos del Ministerio de Agricultura y la CONAF de 2020, el 53% del territorio chileno está en estado de sequía y un 23% en proceso de desertificación. Y aunque el cambio climático juega su papel, no es el único responsable.
Una investigación reciente del medio CIPER Chile (2024) confirmó lo que muchas comunidades han denunciado por años: el modelo de gestión del agua, basado en la privatización, ha profundizado la escasez. A esto se suma el aumento poblacional, los cambios en los patrones de consumo y la expansión agrícola descontrolada, donde cultivos intensivos sedientos de agua ganan terreno sobre un ecosistema en agonía.
Las semillas de la resistencia
Petorca no solo es desierto y abandono. También es resistencia. Desde hace más de una década, sus habitantes han conformado movimientos sociales que exigen recuperar el derecho al agua. Luchan por modificar el Código de Aguas y denuncian ante organismos de derechos humanos lo que consideran una violación sistemática de su derecho a vivir dignamente.
“Acá no pedimos limosna, pedimos agua. Y el agua es un derecho, no un privilegio”, afirma con firmeza Óscar, uno de los líderes de las asambleas locales. Él ha visto cómo su comunidad ha tenido que adaptarse a vivir con menos de 50 litros de agua al día, muy por debajo del mínimo recomendado por la OMS.
La batalla se ha trasladado a los tribunales, al Congreso, a los medios. Algunas reformas han sido aprobadas, otras duermen en el papel. Pero en Petorca, la esperanza sigue viva. Sobre todo en las nuevas generaciones que entienden que cuidar el agua es cuidar la vida.
Repensar el modelo
La historia de Petorca no es un hecho aislado. Es un espejo en el que se reflejan muchas zonas de Chile, de América Latina, del mundo. Es el resultado de haber tratado un recurso esencial como una mercancía. Es el recordatorio de que el desarrollo no puede medirse solo en exportaciones o PIB, sino también en bienestar, acceso equitativo y sostenibilidad.
Hoy, mientras el país intenta avanzar hacia un modelo más justo y sustentable, Petorca sigue esperando. No solo agua. También dignidad.