Chile

Derechos Negados Latinoamérica 

Chile es reconocido internacionalmente por su minería, su pujanza económica y los salarios competitivos en ciertos sectores. En apariencia, es tierra de oportunidades. Pero en el fondo de las faenas mineras y en los surcos de las plantaciones agrícolas, hay historias de precariedad, jornadas interminables y rostros que no aparecen en los informes de desarrollo. La historia de quienes trabajan bajo el sol o dentro de la tierra revela otra realidad: una que habla de lucha, de olvido y de sobrevivencia.

La minería, columna vertebral de la economía chilena, ofrece algunos de los sueldos más altos del país. Pero esos números esconden tensiones que han estallado más de una vez. En 2006, los trabajadores de Minera Escondida, la mina de cobre más grande del mundo, se lanzaron a una huelga que paralizó el país durante 25 días. En 2017, lo hicieron de nuevo. Esta vez fueron 44 días, la huelga más larga en la historia del sector minero en Chile.

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Sus demandas eran claras: mejores salarios, condiciones más seguras y respeto por sus derechos. Los mineros denunciaban no solo bajos sueldos en comparación con las ganancias multimillonarias de las compañías, sino también falta de protección efectiva frente a los riesgos propios de una labor altamente peligrosa.

En cada tajo, en cada túnel, late el esfuerzo de miles que sienten que su sudor vale menos de lo que el país presume.

Del desierto a los campos: migrar para sobrevivir

A kilómetros de distancia del desierto minero, en los fértiles valles del centro y norte de Chile, otro grupo de trabajadores vive una realidad más cruda aún. Son migrantes. Llegan de Colombia, Bolivia y Venezuela, la mayoría sin contratos formales, empleados como temporeros en la agricultura intensiva. Sus nombres no figuran en planillas. Sus jornadas pueden superar las 12 horas diarias. Sus derechos, muchas veces, no existen.

Según el Instituto Nacional de Estadísticas (INE), más de un millón de personas migrantes trabajan actualmente en Chile, y un 15,4% de ellos lo hace en el sector agrícola y pesquero. Llegan en temporada de cosecha y desaparecen cuando los campos se vacían, cargando en sus espaldas la carga doble de ser extranjero y pobre.

Duermen en condiciones precarias, a veces en carpas improvisadas o en cuartos compartidos sin servicios básicos. La informalidad los mantiene fuera del sistema: sin salud, sin pensión, sin garantías. Y aun así, siguen llegando. Porque, comparado con el hambre o la violencia en sus países de origen, estas tierras todavía prometen algo parecido a una oportunidad.

Detrás del desarrollo, la deuda social

Chile ha sabido construir una narrativa de éxito económico. Es cierto que la minería y el sector financiero son motores de crecimiento. Es verdad que existen empleos bien remunerados en medicina, tecnología o derecho. Pero esas cifras promedio ocultan realidades duras en los extremos sociales.

La minería muestra tensiones internas que no desaparecen con el brillo del cobre. Y la agricultura, sostenida por manos extranjeras, esconde una crisis silenciosa de explotación y abandono.

La dignidad aún espera

Mientras se habla de inversiones, bonos verdes y tratados comerciales, en las zonas más productivas de Chile, muchos trabajadores —chilenos y migrantes— siguen luchando por algo básico: condiciones dignas. Las huelgas mineras, los campamentos agrícolas y las cifras de informalidad son síntomas de un modelo laboral que aún no logra abrazar a todos por igual.

Porque, al final, el verdadero desarrollo no se mide solo en exportaciones o PIB, sino en la dignidad con que viven quienes sostienen al país desde abajo.

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