Sus calles y casas, impecablemente conservadas, capturan la atención de quienes lo visitan.
En el corazón de Japón, entre los paisajes montañosos del valle de Iya, se encuentra Nagoro, una aldea que ha captado la atención mundial por su particularidad: tiene más muñecos que habitantes. Ubicada a 10 kilómetros de la montaña Tsurugi, esta pequeña comunidad es hoy un testimonio vivo de la despoblación rural en Japón y de la creatividad de una mujer que decidió darle un giro inesperado a su pueblo.
Hace un siglo, Nagoro era una aldea vibrante con una comunidad activa, pero la falta de oportunidades laborales obligó a muchos de sus habitantes a migrar a las ciudades en busca de mejores condiciones de vida. Con el paso del tiempo, el éxodo dejó al pueblo casi desierto, transformándolo en un lugar marcado por el silencio y la nostalgia.
El origen de los muñecos
La historia de esta peculiar transformación comenzó en 2002, cuando Ayano Tsukimi, una antigua residente, regresó a Nagoro para cuidar de su padre. Al ver la desolación de su antiguo hogar, decidió hacer algo al respecto. En un inicio, intentó plantar semillas para revivir la agricultura del lugar, pero estas no germinaron. Fue entonces cuando se le ocurrió crear muñecos con palos de madera, papel de diario y lana para el cabello, vistiéndolos con prendas que reflejaban los roles de los antiguos habitantes del pueblo.
Con el paso del tiempo, Tsukimi creó cientos de estos muñecos y los distribuyó en distintas partes de la aldea: sentados en las paradas de autobús, en las antiguas escuelas e incluso en los campos de cultivo. Cada figura representa a alguien que alguna vez vivió allí, convirtiendo a Nagoro en un museo al aire libre de su propia historia.
Atracción turística
Lo que comenzó como una iniciativa personal pronto se convirtió en un atractivo turístico. Hoy en día, Nagoro es visitado por personas de todo el mundo que buscan conocer esta aldea fantasma llena de figuras inmóviles. El esfuerzo de Tsukimi ha logrado revivir el interés en este pueblo, atrayendo a curiosos que desean experimentar la mezcla de nostalgia y creatividad que lo define.
Nagoro, la aldea de los muñecos, se ha convertido en un símbolo de resistencia ante la despoblación rural y en un testimonio del impacto que la creatividad puede tener en la identidad de un lugar. A pesar de que la mayoría de sus «habitantes» son inanimados, la esencia de su historia sigue viva en cada rincón del pueblo.