La muerte de Sara Millerey González Borja, una mujer trans de Bello, Antioquia, reveló una dolorosa realidad: en Colombia, ser visible puede costar la vida. Su historia rompió el silencio y desató un clamor nacional por justicia.
Derechos Negados Latinoamérica
Hay vidas que, cuando se apagan, iluminan una verdad que el país entero intenta esquivar. No solo fue la muerte de una mujer trans. Fue la evidencia de un crimen que no solo mata cuerpos, sino también esperanzas.
¿Quién era Sara Millerey González?
Sara Millerey González Borja tenía 32 años. Caminaba por las calles de Bello, en Antioquia, con la seguridad de quien sabe que su existencia es un acto de valentía. Se le conocía como “La Millerey”, una mujer extrovertida, creyente, amorosa. Era la que saludaba con una sonrisa en la esquina de Playa Rica, el barrio donde vivía con su madre, y donde era imposible no verla, no quererla, no saber quién era.
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¿Cómo fue el asesinato de Sara Millerey?
El viernes 6 de abril de 2025, a las cuatro de la tarde, el nombre de Sara dejó de ser parte de una rutina barrial para convertirse en clamor, en espanto, en titular. Fue encontrada aún con vida, aferrada a una rama en medio de la quebrada La García, en Bello. Su cuerpo presentaba múltiples fracturas, señales de golpes, y una desesperación que se escuchaba en su voz mientras pedía ayuda. Vecinos la vieron. Algunos grabaron. Nadie se acercó. Del otro lado del afluente, se oían voces masculinas con tono amenazante. El miedo paralizó a quienes pudieron auxiliarla. Temieron por su propia vida. Temieron ayudarla.
El cuerpo de Sara fue rescatado por los bomberos. Fue llevada al hospital La María de Medellín, donde falleció horas después. Su muerte no solo estremeció a su comunidad; recorrió las redes, los medios, los pasillos institucionales. Pero antes que eso, estremeció a su madre.
Sandra Milena Borja, madre de Sara, aún no puede nombrarla sin que la voz se le quiebre. La recuerda como una niña alegre, cariñosa, que escribía oraciones en su cuaderno argollado. En una de esas hojas, escrita con su puño, dejó un presagio inquietante: “He pasado muchos miedos y acechos, los cuales no quisiera que se cumplieran…”. Pero se cumplieron.
El día de su muerte, Sara había pasado por la casa de un tío. Le pidió dinero para un jabón y algo de ropa. Le dieron cinco mil pesos. Se marchó molesta. Una hora después, su cuerpo era arrastrado por la corriente, herido, mientras algunos observaban, otros filmaban, y nadie intervenía. El crimen no fue un accidente, ni una disputa personal. Fue un acto de odio.
Las hipótesis detrás del crimen
Las autoridades manejan varias hipótesis. La más sólida apunta a bandas delincuenciales del sector de Buenos Aires, que podrían haberla atacado como castigo. Otra versión, aún más inquietante, sostiene que se trató de un crimen ejemplarizante: una advertencia contra quienes, como Sara, se atreven a ser visibles. Las fracturas en brazos y piernas, las lesiones internas, el estado en que fue hallada, indican tortura. La Fiscalía confirmó el grado de violencia. Activistas LGBTIQ+ lo describieron como una “ejecución disfrazada de silencio”.
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La reacción institucional fue rápida, aunque para muchos tardía. La Alcaldía de Bello y la Gobernación de Antioquia ofrecieron una recompensa de 100 millones de pesos por información que conduzca a los responsables. El presidente Gustavo Petro pidió que el caso tuviera prioridad nacional. El Ministerio de Igualdad activó la Mesa de Casos Urgentes. Pero nada de eso le devolvió la vida a Sara. Y para la comunidad trans, la violencia no es nueva.
La violencia contra personas trans en Colombia
En Colombia, ser trans sigue siendo una sentencia implícita. Aunque el feminicidio por identidad de género está tipificado en el Código Penal, muchos crímenes no se investigan como tales. En 2024 se registraron 146 homicidios de personas LGBTIQ+ en el país. Solo en los primeros meses de 2025, ya van 27 asesinatos, 13 de ellos contra mujeres trans. Antioquia y Valle del Cauca lideran las estadísticas. La mayoría de los casos quedan impunes.
En la vida cotidiana, el riesgo es constante: caminar por la calle, buscar empleo, ir al médico, tomar un taxi. Cada decisión básica puede convertirse en una amenaza. En ese contexto, la historia de Sara se vuelve símbolo, pero también denuncia. Su sola existencia, para muchos, fue motivo suficiente para odiarla.
El legado de Sara Millerey
La sociedad reaccionó. Hubo marchas en Bello, Medellín, Bogotá y Cali. Se organizaron velatones. Se escucharon consignas de justicia. El rostro de Sara se convirtió en estandarte. La quebrada donde fue encontrada se llenó de flores, de pancartas, de llanto. Por unos días, Colombia pareció mirar de frente una verdad incómoda.
Pero el problema no es solo el crimen. Es la indiferencia. La que justifica, la que silencia, la que normaliza. La que convierte la transfobia en paisaje. Esa indiferencia fue la que sostuvo el teléfono que grabó en vez de ayudar. La misma que permite que tantos crímenes pasen sin nombre, sin rostro, sin justicia.
Hoy, el lugar donde Sara se sentaba a conversar con sus vecinos sigue vacío. Pero su historia ya no lo está. Sara Millerey era una entre muchas. Y también era todas. Las que aún no pueden salir del clóset. Las que viven con miedo. Las que no pueden decir “yo soy” sin temer por su vida.
El río se llevó su cuerpo. Pero no su nombre. Ese, ahora, retumba más fuerte que nunca. Conoce su historia: